sábado, 16 de septiembre de 2017

La búsqueda cooperativa de los correcto o lo justo a través de una comunicación lo más transparente posible.


Quien entabla un verdadero diálogo debe considerar al interlocutor como una persona con la que merece la pena entenderse para descubrir cooperativamente lo qué es justo. No se intenta en ningún momento instrumentalizar al otro, tampoco tratarlo como un medio o instrumento para que sirva a sus propios fines, sino por el contrario, tiene en cuenta en todo momento que el otro es una persona tan valiosa como él y por lo tanto, debe respetarla siempre. La otra persona es pues un fin en sí mismo, es una persona con la cual merece la pena entenderse para llegar a un acuerdo, no cualquier acuerdo y a cualquier precio, sino a un acuerdo que satisfaga a ambos intereses de carácter colaborador y cooperativo.
La persona que dialoga en serio tiene que estar convencida que su interlocutor tiene algo que aportar a la solución del problema puesto “encima de la mesa” y por consiguiente, está dispuesto a escucharle. Si no hay escucha, entonces no tiene sentido argumentar con él. Es lo que algunos llaman hoy “Voluntad política” para un encuentro de pareceres, la “Busca de la Armonía”. Lo anterior nos conduce a otra propuesta: que quién inicia un diálogo está convencido que él no tiene toda la verdad de un asunto de forma clara y diáfana.
Por lo tanto, no se trata de convencer al otro de “mi” verdad, sino de dialogar, intercambiar puntos de vista con alguien diferente. Un diálogo es siempre bilateral. Cuando se dialoga es porque estamos tomando en serio al interlocutor con el cual se está dialogando. Mis ideas u opiniones son secundarias.
Esto significa que los dialogantes está dispuesto a explicitar sus propias dudas y sus convicciones (que pueden ser substanciales para su proyecto de vida). Esta convicción humaniza el diálogo transformándolo en un instrumento de comprensión y empatía entre personas. Pero este acercamiento o apertura al otro no significa literalmente que vamos a “echar por la borda” nuestras propias ideas y convicciones. La seriedad que hemos puesto en el diálogo y en el otro significa que esta posibilidad que se tiene para escuchar es también posibilidad para reforzar nuestra posición, ideas y convicciones si los argumentos que nos da el otro no llegan a ser tan convincentes como para tener la fuerza de desalojar los que yo tenga o para modificarlos.

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