Quien
entabla un verdadero diálogo debe considerar al interlocutor como
una persona con la que merece la pena entenderse para descubrir
cooperativamente lo qué es justo. No se intenta en ningún momento
instrumentalizar al otro, tampoco tratarlo como un medio o
instrumento para que sirva a sus propios fines, sino por el
contrario, tiene en cuenta en todo momento que el otro es una persona
tan valiosa como él y por lo tanto, debe respetarla siempre. La otra
persona es pues un fin en sí mismo, es una persona con la cual
merece la pena entenderse para llegar a un acuerdo, no cualquier
acuerdo y a cualquier precio, sino a un acuerdo que satisfaga a ambos
intereses de carácter colaborador y cooperativo.
La
persona que dialoga en serio tiene que estar convencida que su
interlocutor tiene algo que aportar a la solución del problema
puesto “encima de la mesa” y por consiguiente, está dispuesto a
escucharle. Si no hay escucha, entonces no tiene sentido argumentar
con él. Es lo que algunos llaman hoy “Voluntad política” para
un encuentro de pareceres, la “Busca de la Armonía”. Lo anterior
nos conduce a otra propuesta: que quién inicia un diálogo está
convencido que él no tiene toda la verdad de un asunto de forma
clara y diáfana.
Por
lo tanto, no se trata de convencer al otro de “mi” verdad, sino
de dialogar, intercambiar puntos de vista con alguien diferente. Un
diálogo es siempre bilateral. Cuando se dialoga es porque estamos
tomando en serio al interlocutor con el cual se está dialogando. Mis
ideas u opiniones son secundarias.
Esto
significa que los dialogantes está dispuesto a explicitar sus
propias dudas y sus convicciones (que pueden ser substanciales para
su proyecto de vida). Esta convicción humaniza el diálogo
transformándolo en un instrumento de comprensión y empatía entre
personas. Pero este acercamiento o apertura al otro no significa
literalmente que vamos a “echar por la borda” nuestras propias
ideas y convicciones. La seriedad que hemos puesto en el diálogo y
en el otro significa que esta posibilidad que se tiene para escuchar
es también posibilidad para reforzar nuestra posición, ideas y
convicciones si los argumentos que nos da el otro no llegan a ser tan
convincentes como para tener la fuerza de desalojar los que yo tenga
o para modificarlos.
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